12 de octubre de 2014

EL PÁJARO DE LA CELDA 303



Concluida la contienda, que no la guerra ni remotamente, los republicanos vencidos se hacinan, en campos de concentración y clasificación, y en Depósitos de Prisiones de Guerra. Los jefes de esos campos, a fin de determinar la personalidad y significación de los prisioneros, recaban informes de sus respectivos pueblos, mediante los cuales se les clasifica como "afectos", "desafectos" o peligrosos. Localizados así por la nuevas autoridades locales, de extracción falangista en la mayoría de los casos, se envían comisiones a los campos de concentración para llevarse a los paisanos a los que se les quiere aplicar un castigo, a ser posible rápido y directo. Es el caso de la comisión de falangistas de Manzanares, Ciudad Real, a quienes el alcalde faculta para la misión y expide el siguiente salvoconducto:
"Debidamente autorizados por la Autoridad Militar y la mía, marcha el Jefe de Milicias de la F.E.T. y de las J.O.N.S, D.Francisco Camacho Cava, a diversos puntos de las provincias de Alicante, Murcia y Valencia, al objeto de proceder a la detención y traslado de elementos rojos, para que depongan en las causas por hechos delictivos cometidos por ellos en esta población". 
"Ruego a todos los Sres. Alcaldes que a su paso encuentren y que de ellos interese la entrega de algunas cantidades y beneficios, para mejor cumplimiento del servicio que le ha sido encomendado, le hagan entrega, ya que este Ayuntamiento de mi Presidencia seguidamente cumplimentaría y procedería a abonar las cantidades que le hayan sido entregadas.
Manzanares, 5 de junio de 1939. Año de la Victoria.
Según cuenta Antonio Bermúdez en su magnifico estudio sobre la represión franquista en Manzanares, los falangistas desplazados en busca de "elementos rojos" de la localidad, retornaron al pueblo con su botín palpitante:
"Tras dos semanas de búsqueda volvieron con nueve detenidos del pueblo y otros tantos de Membrilla: todos ellos serían condenados a muerte y la mayoría fusilados en los meses siguientes".
A medida que las diferentes "sacas" van despejando los campos, y la obtención del ansiado aval emitido por alguien de derechas o del quimérico certificado de adhesión al Movimiento contribuyen también a aligerarlos con la salida de algunos pocos afortunados, van desapareciendo los Depósitos de Prisioneros y trasladándose a los cautivos a los Batallones de Trabajadores, donde, mientras realizan toda suerte de trabajos forzados, continua el proceso de clasificación con los informes que envían los Ayuntamientos, los Juzgados, las Auditorias de Guerra, la Policía y los diversos Servicios de Información. Entre tanto, y sin imputaciones precisas, los prisioneros del Nuevo Estado añaden a las propias del cautiverio las fatigas del trabajo forzado, aumentadas por una alimentación paupérrima, de ínfima calidad, insuficiente para reponer las energías quemadas en el agotador trabajo diario de pico y pala.

El propio Antonio Bermúdez a quien debemos la reseña documentada de cuanto aconteció a los prisioneros de Manzanares, peripecia extrapolable a los de cualquier punto de la España caída en ese Año de la Victoria, resumen así las condiciones de aquellos esclavos que, pues no habían sido juzgados ni sentenciados, trabajaban para el vencedor sin obtener a cambio, siquiera, la pérfida reducción de condena que los si juzgados ya obtenían de la Redención de Penas por el Trabajo, y que, aunque sujeta a variaciones,venía a ser de un día menos de condena por día trabajado:
"Era habitual dormir a la intemperie, y la falta de agua hacía imposible mantener la higiene personal en niveles aceptables. Los parásitos, la miseria y el hambre debilitaban a los prisioneros y ocasionaban múltiples enfermedades que derivaban con frecuencia en muertes prematuras. A estas circunstancias adversas hay que sumar el trato inhumano de perversos guardianes que, haciendo gala de una refinada crueldad, martirizaban innecesariamente a los hombres que ni siquiera habían sido juzgados, cuyo único crimen era haber defendido un régimen político que la mayoría del pueblo español había elegido libre y democraticamente". 
La obsesión de los prisioneros de esos Batallones de Trabajo, aparte de la de llevarse algo de comer a la boca, seguía siendo la obtención del aval que, emitido por las autoridades franquistas de su pueblo y refrendado por la firma de los falangistas que conocieran personalmente al interesado, podía permitirle franquear momentáneamente las alambradas. Por lo demás, pocos soldados republicanos podían acreditar, a falta de ese aval casi imposible, haber sido "camisa vieja" de Falange, militante de Renovación Española antes de la guerra, haberse pasado a las filas "nacionales" o ser reconocido por el cura del pueblo como católico y de derechas, episodios biográficos que bastaban por si solos para trasponer los rastrillos y las cancelas. Antes al contrario, los informes que sobre los prisioneros llegaban al Batallón de Trabajos solían ser de muy diferente jaez, y así, sobre el infortunado Juan Gijón Criado, sometido a trabajos forzados en el Batallón de Trabajadores nº 125 de Manresa, llegó, el 13 de marzo de 1940, un informe del Ayuntamiento falangista de su pueblo que decía, en pocas palabras, lo suficiente para que un Consejo de Guerra lo condenara a muerte:
"Comunicando que Juan Gijón Criado es persona de antecedentes izquierdistas y en el Movimiento actuó de escopetero, siendo voluntario en filas".
Peor si cabe que los recluidos en Batallones de Trabajo, que cuando menos veían la luz del sol y distraían en algo su amargura con la acción física, estaban los prisioneros sepultados en las prisiones y en los recintos destinados a este uso en las grandes ciudades. Antes de referirnos a la descripción que Eduardo de Guzmán hace en "Nosotros los asesinos" de la situación en la cárcel madrileña de Santa Rita, y del trabajo "redentor" y "no redentor" que los presos efectuaban en ella, permítase al autor el respiro, el alivio, de traer a estas páginas de oscuridad cerrada el suceso estremecedor, por dulce y bello, que recuerda el médico y maestro de escuela republicano Eduardo Bartrina de su estancia en la prisión de Alicante:
"Durante aquella primavera de 1939 caían al patio algunas de las crías de gorriones que anidaban entre las piedras de los muros del patio. Algunos compañeros las recogían y las criaban en la celda como podían, Hubo uno de ellos que se hizo célebre cuidado por Vicente Lizarraga (teniente coronel de Carabineros y persona muy querida por todos nosotros). El pájaro se hizo adulto, no quiso escapar y se pasaba el día con su padre adoptivo, revoloteaba por toda la galería y el patio y entrando en la celda sin equivocarse jamás por el "chivato". Si mi memoria no me falla la celda en la que estaba era la 303"

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El texto anterior es del libro: Los Esclavos de Franco. Autor: Rafael Torres Mulas. Prólogo de Mirta Núñez Diaz Balart. Editorial Oberon. ISBN: 84-207-4391-7. Año 2000.


Obras como las de Rafael Torres representan parte de la verdad, son un mínimo capitulo de lo que sucedió en España desde 1936 hasta finales de los años setenta del pasado siglo. Desde la muerte del dictador los defensores de la libertad siguen esperando justicia y reparación

La verdad va resplandeciendo día a día entre la ciudadanía pero no alcanza a ser oficial, lo que en los organismos internacionales se califica como delitos de lesa humanidad en España se sigue denominando cruzada para su salvación. La preconstitucional Ley de Amnistía de 1977 debe caer con el régimen del 78 que la hizo posible y la mantiene.

Ni olvido, ni perdón son posibles. El olvido no es posible porque sería una traición a la memoria de las victimas y el perdón sin justicia previa en cierta forma equivaldría al olvido. En lo que a mi respecta el perdón es implanteable, con justicia o sin ella.

Benito Sacaluga.





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